La hora de los Trump

Miles de analistas en todo el orbe periodístico y en el de las redes se lanzan estos días a explicar la victoria de Donald Trump y el fracaso de Kamala Harris. Unos se preguntan en qué andaban pensando los electores que optaron por un tipo estrafalario hasta la extravagancia, indocumentado hasta la más crasa ignorancia, mentiroso compulsivo al que se le han atribuido acciones como crear y extender bulos, mantener censurables relaciones extramaritales y pretender taparlas con dinero público. Convicto y con varias causas penales pendientes, autoritario, un peligro para la democracia y un largo y bien merecido etcétera. Otros pensarán que la obstinación de un Joe Biden, palmariamente disminuido en sus facultades por el paso de los años, ha sido la causa de que el electorado que podría inclinarse por el Partido Demócrata se haya retraído de votarlos. Diez millones menos de sufragios avalan la tesis. Aunque tampoco Kamala Harris —por más que las circunstancias la hayan empujado a aterrizar apresuradamente como candidata— ha mostrado el carisma y la energía que se le piden a la persona que se va a poner al frente del todavía país más poderoso de mundo.

Otros inscribirán la victoria de un republicano atípico como es Donald Trump en el seno de una poderosa corriente mundial que se acoge al liderazgo de políticos que podríamos calificar, sin que se los pueda tachar de emplear la brocha gorda, de totalitarios. Para explicar ese ascenso de la extrema derecha a nivel mundial suele acudirse a explicaciones vagamente sociológicas, económicas, e incluso de tipo psicológico.

Desde luego, no es fácil, y no sé si necesario, urdir teorías con aspecto de rigurosas argumentaciones que den cuenta de por qué hay multitudes de votantes que creen que sus derechos, necesidades y esperanzas van a ser defendidos por individuos como Donald Trump o Elon Musk, cuyos intereses son los mismos de los oligarcas que han empobrecido a las clases medias. Las mismas que dejan de lado la catadura moral y la trayectoria personal de unos líderes a los que votan con la esperanza de que, si no los rescatan de su condición de parias, al menos los van a vengar del menosprecio que sufren a manos de los que, por su formación o herencia, ocupan lugares más confortables en la escala social. Eso, argumentan algunos, es lo que hace que haya unas élites sociales a las que representan los partidos como el Demócrata en Estados Unidos o los socialdemócratas en Europa, la gente ‘woke’, para entendernos, a los que los votantes de la extrema derecha quieren devolver la humillación y vengarse de ellos desalojándolos del poder político.

De nada vale que los políticos ‘woke’ pregonen que ellos mejor que nadie van a defender los intereses de las clases más empobrecidas. Demasiadas patadas han dado en público a sus ideales para merecer crédito en sus planteamientos. Estos políticos más o menos de izquierdas son percibidos por muchos votantes como parte del yugo que los oprime/sojuzga a base de reducir su poder adquisitivo (quintaesencia de su bienestar). Muchos antiguos votantes de estos partidos han visto cómo los ascensores sociales —la educación, el principal— se han ido gripando y cada vez tienen menos esperanzas de que sus hijos puedan alcanzar el puesto en la sociedad que a ellos les ha sido ya negado.

Todas estas explicaciones probablemente arrojen alguna luz a un asunto tan complejo y paradójico. Los desfavorecidos votan a los muy ricos —o con vocación de serlo, porque aunque detrás de Vox haya gente adinerada, los abascales y alvises son los parientes pobres de los Trump y Musk— para vengarse de los redentores venidos a más con chalets, rayas de coca y manos largas que bien a pulso se han ganado su defenestración.

No obstante, hay un componente político que se eleva por encima de todas estas explicaciones de corte sociológico o psicológico y es que la mercancía que ofrece la izquierda ‘woke’ está tan deteriorada a ojos de los parias de la tierra que prefieren comprar la que ofrecen los auténticos bárbaros de nuestro tiempo: la extrema derecha de los Trump, de los Milei, de los Orban, de los Abascal que ofrece soluciones simplistamente estúpidas para un mundo sumamente complejo que excede su capacidad de comprensión. He ahí la tragedia.

Artículo aparecido en:
La Opinión de Murcia

Fecha publicación:
10/11/2024


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