Reacciones apócrifas

Desde que se están publicando por tierra mar y aire las grabaciones de la cabrona chantajista esa de Bárbara Rey, muchos se están rasgando las vestiduras y se empeñan en hacer de mí una caricatura y en ignorar lo que ha supuesto mi aportación a la Historia de España. Menos mal que Felipe González y Alfonso Guerra —y mira que este último nunca fue santo de mi devoción— han puesto un poco de cordura y se han negado a seguir la corriente al cotilleo. Hay que ver la atención que le están prestando a la antigua exvedette y exdomadora de elefantes. Que, aunque nunca tuvo mucha cabeza, en sus buenos tiempos por lo menos tenía un cuerpazo. Ahora, ni cabeza ni tronco ni extremidades. Pero es que yo no soy ese monigote que quieren hacer de mí. Pocas vidas habrá tan llenas de acontecimientos y vivencias al límite como la mía. Que ha habido personalidades importantes en el siglo XX es cierto, y no es cuestión de compararse con nadie. Ya nadie se acuerda de que Franco me trajo para España siendo todavía un niño, y que tuve que aguantar el tipo mientras él vivió y entre mi padre y él se traían un tira y afloja que siempre me pillaba en medio. Y lo peor fue la parte final, cuando Franco estaba ya muy tocado y todos los que nunca se hubieran atrevido a hacerle la más mínima insinuación acerca de lo que debía hacer se propusieron mangonearlo de viejo y trataban de que nombrara como sucesor suyo a mi primo Alfonso de Borbón. He de reconocer que hubo momentos en los que no tuve nada claro que alguna vez llegase yo a reinar. Y eso, después de que te hayan nombrado sucesor, es duro de tragar. Eso sí, de ahí salí con los nervios bien templados.

Vivir a la sombra de Franco no fue fácil, pero inmediatamente después de su muerte, aún menos. No tardé mucho en darme cuenta de que, muerto el dictador, el régimen no se iba a sostener. España acabó siendo una anomalía en Europa, especialmente después de la caída de la dictadura portuguesa. Dentro del mismo régimen no pocos se habían dado cuenta de que la política y la sociedad española estaban demandando un cambio. Pero una cosa era haber visto la necesidad de ese cambio y otra ponerse manos a la obra para que tuviera lugar. “Sin prisa, pero sin pausa”, como dijo en una frase afortunada Adolfo Suárez. Tan malo era quedarse quieto como precipitarse. Y ahora todo el mundo parece haber olvidado cuál fue mi papel para que la democracia se consolidara en este país.

Solo por eso he decidido publicar unas memorias estando todavía vivo. Me las proponían para que vieran la luz después de mi muerte. ¡Lagarto, lagarto! Me da mal rollo pensarlo: que lo que yo estoy escribiendo va a estar en manos de quien tiene que estar vivo para leerlo mientras yo estoy criando malvas. Además, eso me lleva a pensar lo que harán con mis restos una vez que me haya muerto. Eso de que no hay sitio ya en El Escorial para más tumbas, sumado a que el pusilánime de mi hijo igual es capaz de echar tierra a mi cadáver en cualquier parte para evitar el desparramo que le puedan montar antimonárquicos y antijuancarlistas es que me subleva. Pero, bueno, que me estoy poniendo fúnebre cuando la verdad es que todavía tengo cuerda, espero que para rato. Y ganas de vivir y de disfrutar, todas. Ahora que no tengo obligaciones ni tengo que andar escondiendo nada no disfruto más porque los años no perdonan y tengo la movilidad bastante reducida. Con lo que era yo. En moto, esquiando, pilotando mis ferraris, navegando, en las cacerías… ¡lo que he disfrutado! Y no menciono las mujeres, que son capítulo aparte y también las he disfrutado a tope, desde luego. Aunque alguna me haya salido rana, como la de los elefantes.

Artículo aparecido en:
La Opinión de Murcia

Fecha publicación:
13/10/2024


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