De verdades, bulos y fangos

Después de los cinco días pasados en el limbo de la no-presidencia, Pedro Sánchez se animó a volver a su condición de presidente cada vez más providencialista. Para corroborar ese providencialismo, la vuelta venía acompañada de los claros clarines que anunciaban una serie de medidas para reforzar la anémica democracia española. Finalmente, el Consejo de Ministros ha aprobado esta semana un documento de unas treinta páginas que contiene recetas supuestamente para mejorar la tan denostada calidad de nuestra democracia. En esa valoración a la baja coincide, por cierto, la combativa oposición parlamentaria a la coalición de Gobierno que acusa a Pedro Sánchez de ejercer el poder dictatorialmente y, por consiguiente, de un modo muy poco democrático.

Analizar esas treinta páginas es una tarea que excede la longitud y la intención de esta modesta columna que hoy se reincorpora a su cita dominical con los lectores. Pero sí me interesa en especial la parte relativa a la pretensión de poner freno a ese verdadero enemigo de la democracia que es la propagación de bulos en los medios de comunicación y en las redes.

Quizá nos convenga empezar por preguntarnos ¿qué es un bulo? Y sobre todo ¿quién puede determinar que una información es un bulo? En algunos casos resulta bastante palmario. Por ejemplo, podríamos calificar de ‘bulo’ una noticia que asegurara que el escritor Bernar Freiría ha ganado el premio Nobel de literatura y ha escalado todos los ochomiles del planeta. Sin embargo, sería mucho más difícil pronunciarse sobre la verdad —antónimo de ‘bulo’— que encierra la afirmación: “el Gobierno de España está implicado en el golpe de Estado que se ha producido en Venezuela" o "Los exabruptos de González Pons son incompatibles con la diplomacia. Si este señor llegase algún día a encabezar las relaciones exteriores de España acabaríamos en el extrarradio de la política internacional.” Y, sin embargo, afirmaciones semejantes a estas dos últimas las recogen casi todos los días los medios de comunicación considerados “serios”. Probablemente encontraríamos a no pocos ciudadanos que sostendrían que la primera o la segunda de esas afirmaciones, o ambas, son falsas. Y por tanto que el medio que las publicara estaría contribuyendo a la desinformación que el Gobierno estaría empeñado en erradicar con sus medidas. Destaca entre ellas la constitución de una Comisión —parlamentaria o no— dedicada a combatir la desinformación. Nada menos que un equipo capaz de detectar los bulos, de distinguirlos de las verdades y de trazar una nítida línea que separase las verdades incuestionables de las mentiras, engaños y bulos inaceptables, en fin, todo aquello que Sánchez, con la finura dialéctica que lo caracteriza, ha calificado de “fango”. No sería inadecuado recordar algunas de las afirmaciones de Friedrich Nietzsche en su obra “Sobre verdad y mentira en sentido extramoral”. Por ejemplo, esta: “Forma parte del orgullo del intelecto el afán iluso por poder alcanzar la verdad. Nos engañamos con la simulación de que nuestro pobre y efímero intelecto puede llegar a conocer la verdad de las cosas.” Concluye Nietzsche que lo que consideramos ‘verdades’, lejos de ser la adecuación perfecta de nuestro lenguaje a la realidad, no son más que convenciones comúnmente aceptadas como medio para poder transitar por el mundo sin correr excesivos peligros derivados de nuestro desvalimiento y nuestra pobreza cognitiva. Más parece que los hombres huyen no tanto de ser engañados como de ser perjudicados por ese engaño. El problema reside, pues, en lo que unos y otros consideren que les perjudica. En general se puede decir que en nuestro panorama político se ha optado por considerar que perjudica al propio grupo todo lo que beneficie al grupo contrario y todo lo que beneficia al grupo contrario perjudica al propio. Y ese es el obstáculo para la escandalosa falta de consenso que ha impedido, por ejemplo, que se renovara un organismo tan importante en la vida pública como el CGPJ. Si no se logra consenso en asuntos tan básicos ¿cómo puede esperarse que una comisión pueda ser capaz de decidir qué es verdad y qué es bulo o mentira y que por su sola acción deje establecido el necesario consenso que la verdad exige? ¿Con ese ladrillo se puede empezar a construir el edificio de la regeneración democrática?

Artículo aparecido en:
La Opinión de Murcia

Fecha publicación:
9/22/2024


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