Israel como metáfora

El drama de los gazatíes, refugiados dentro de su propio territorio, es una terrible desgracia y no se puede tomar como metáfora de nada. Sería una frivolidad convertir su atroz sufrimiento en una metáfora o representación de otra cosa. Sin embargo, el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, encarna la figura de un político capaz de cualquier cosa con tal de mantener su cargo. Netanyahu no duda en lanzar a sus fuerzas armadas a ejecutar lo que se puede llamar sin ambages genocidio y que si no alcanza las cotas del que sufrieron los propios antepasados de los israelíes a manos del nazismo, es porque la población gazatí es la décima parte de los judíos exterminados por el nazismo.
El ataque desencadenado por Hamás el 7 de octubre de 2023 fue de una vileza y crueldad abominables. Israel tiene todo el derecho del mundo a defenderse de los ataques contra su población. Es obligación y responsabilidad de quien esté a la cabeza del Estado israelí ofrecer seguridad a sus compatriotas. Pero nunca a costa del sufrimiento extremo de los habitantes del lugar donde la milicia de Hamás está asentada. Nada justifica los ataques a hospitales y a la población infantil. Menos aún el corte de todo tipo de suministros que está provocando una hambruna que ya afecta a toda la población civil de la Franja. Es de una extrema crueldad obligar a esa población a abandonar el lugar donde habitan, destruyendo incluso sus viviendas, y obligarla a desplazarse al otro extremo de la Franja, solo para redoblar los ataque contra esos desventurados refugiados en su propio suelo patrio. Nada justifica tampoco la impunidad de los colonos que hostigan inmisericordes a la población que cultiva las tierras aledañas a los asentamientos, generalmente ilegales, de esos colonos.
Hasta ahora de nada han servido las peticiones, hay que reconocer que tímidas, de las naciones civilizadas para que Israel cese en su hostigamiento, decrete un alto el fuego y negocie con los representantes de los palestinos las condiciones en las que se podría desarrollar una convivencia lo más pacífica posible, dadas las circunstancias, entre palestinos e israelíes.
Estados Unidos, tradicional aliado de Israel, se ha abstenido en la última votación del Consejo de Seguridad de la ONU en la que se instaba a un alto el fuego a las partes en conflicto, lo que equivale a un abandono de la complacencia de la Administración Biden con el Gobierno de Netanyahu. La comunidad internacional empieza, al fin, a manifestar rechazo profundo hacia la actitud del Tzáhal en la Franja de Gaza.
Al mismo tiempo, va creciendo alguna oposición en el interior de Israel hacia la política militar de Netanyahu. En Estados Unidos, los intelectuales judíos empiezan también a expresar sus discrepancias hacia esa política. Sin embargo, el primer ministro israelí, lejos de dejarse intimidar por la distancia creciente de Biden y de la comunidad internacional y la disidencia de los judíos de dentro y de fuera de Israel, continúa sin ceder un ápice en su genocidio en Gaza. Sabe que si cediera lo abandonarían los socios ultras de su Gobierno. Y él está dispuesto a perseverar en el genocidio con tal de no perder el cargo de primer ministro de su país.
Ahí está la metáfora. Cuando un líder tiene como única motivación llegar al poder o mantenerse en él, no tarda en centrar toda su estrategia política en ese único fin. No pretendo decir que todos los políticos de ese corte estén dispuestos a llegar a la abyección extrema a la que ha llegado el genocida Netanyahu. Hay toda una (de)gradación que va de un Trump o un Bolsonaro hasta la, vamos a llamarlo benévolamente, supeditación de la verdad a los intereses de partido que observamos en la política española, desgraciadamente de todo signo. Pero aunque este encelamiento de nuestros políticos en hincar el diente donde se huele sangre no nos conducirá al abismo israelí, tampoco nos llevará a ningún buen puerto.

Artículo aparecido en:
La Opinión de Murcia

Fecha publicación:
31/03/2024


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