Cien días

Se suele dar a un Gobierno que se estrena en sus funciones un periodo de gracia de cien días antes de acometer la crítica de su modo de hacer. Es sensato conceder esa tregua. Cien días parece un plazo razonable para que los gobernantes neófitos se vayan haciendo cargo de la situación en la que se encuentra el país y de cuál es el margen de maniobra que tienen. Sin embargo, la bisoñez no es disculpa para algunos fallos clamorosos en los que está incurriendo el recién estrenado Gobierno y que traen el mismo aroma a improvisación que despedían los gabinetes de Zapatero que tanto incomodaba, no solo a los conservadores. No criticaremos hasta que pasen los cien días de rigor, pero hemos de advertir de una posición incorrecta ya en los tacos de salida, porque puede hacer que el corredor nunca llegue a enfilar la meta.

Los chicos del coro
En un mismo día, el lunes pasado, tres miembros del flamante nuevo Gobierno cuantificaban el déficit público con tres cifras distintas. Primero, el ministro de Economía en la cadena SER afirmó que la cifra “puede rebasar el 8%”. Cuando el entrevistador le pidió que concretara en cuánto podría sobrepasar ese 8%, se negó a precisar y afirmó que esperaba que no superara en mucho la cifra mencionada. Poco más tarde, el titular de Hacienda, Cristóbal Montoro, dudaba de que se fuese a superar el 8%. La cifra definitiva, según Montoro, se conocerá en febrero. Por la tarde, el ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, entra en corral ajeno y ya se atreve con el guarismo, el 8,2%. Desde estas líneas se había vaticinando que el estilo de gobernar de Rajoy sería el opuesto de Nicolás Sarkozy, un auténtico ministro orquesta que eclipsa a todos los miembros de su gabinete. Sin embargo, la labor del director de orquesta se hace imprescindible, y ya que Rajoy no quiso nombrar vicepresidente económico y se reservó para sí mismo la coordinación de esa área, es urgente que ejerza esa función porque si no los solistas seguirán dando el cante por su cuenta.

Bruselas manda
Todos sabemos que el camino hacia una auténtica UE en la que la unidad monetaria deje de tambalearse pasa por una cesión de soberanía de los Estados miembros. Habrá ámbitos de decisión que rebasarán las fronteras actuales y que los gobiernos nacionales tendrán que ejecutar sin desviarse de las directrices comunes ¬—por ejemplo, las políticas fiscales—. Ahora bien, mientras no se aprueben las modificaciones del Tratado de la UE que lo sancionen, conviene no dar la impresión de que el país es manejado desde fuera con el mando a distancia. En la misma entrevista del lunes por la mañana, De Guindos justificaba la subida de impuestos anunciada como una medida que, de no haberla tomado el Gobierno español, se le habría impuesto desde Bruselas. Nadie quiere ser el malo de la película, pero el PP tiene una mayoría suficiente para que su gobierno se atreva a tomar medidas impopulares sin necesidad de echar la culpa a la Unión. Los populares han sido elegidos para gobernar, y no para ser títeres de Bruselas.

Coherencia
Mira que el programa electoral del PP había puesto especial cuidado en pasar de puntillas sobre medidas concretas. Quizás lo único que sí había dicho Rajoy en todos los foros y de todas las maneras posibles era que su gobierno no subiría los impuestos. Y a continuación adopta como una de las primeras medidas precisamente una subida de impuestos. ¿Dónde han quedado los incentivos fiscales como fórmula infalible para crear empleo? ¿Y dónde aquella posibilidad de dejar el IVA como estaba antes de la subida al 18% decretada por Zapatero, cuando se habla ya de subirlo de nuevo?

Después se dijo.

Artículo aparecido en:
La Opinión de Murcia

Fecha publicación:
05/01/2012


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