La encrucijada del PSOE

Dejemos a Mariano Rajoy administrar sus silencios, deseando que su mutismo sea productivo y fructífero, y que cuando rompa a hablar de su boca salgan sabias palabras y de su magín soluciones imaginativas y eficaces para hacer frente a la zozobra de los malos tiempos aún por venir. Ocupémonos ahora del futuro imperfecto e incierto del que será capitidisminuido principal partido de la oposición.

El partido socialista ha obtenido el peor resultado en unas elecciones en la corta historia de la democracia española, perdiendo 59 diputados con relación a los inmediatos anteriores comicios. Además, a diferencia de otras citas electorales en las que algunos votantes socialistas habían preferido manifestar su distanciamiento crítico por medio de la abstención en lugar de entregar su voto al partido rival, en esta ocasión y por primera vez se ha producido un trasvase de votos del PSOE hacia el PP. He aquí una herida sangrante por la que el PSOE puede acabar exangüe.

Con estos antecedentes, la respuesta del partido debiera ser proporcional a la profundidad de la sima en la que se halla metido. Sin embargo, tras el desastre, ni la dirección de los socialistas, ni el secretario general, José Luis Rodríguez Zapatero, se dignaron realizar una comparecencia pública formal para dar algún tipo de explicación o realizar algún análisis de lo sucedido. Da la impresión de que vamos a asistir a un mutis por el foro de Zapatero, en lo que sería el más triste y vergonzante final de un presidente del Gobierno español.

Las pocas explicaciones que algunos dirigentes socialistas han ido desgranando con más desgana que convicción han seguido la misma línea argumental. Además de reconocer que algunas cosas podrían haberse hecho mal, sin especificar cuáles ni cómo se hubieran hecho bien, esos dirigentes han convertido en lugar común que los resultados tan adversos se deben a la profundidad de la crisis. Es comprensible que los dirigentes socialistas no quieran desmoralizar a los militantes, simpatizantes y votantes fieles admitiendo que se han cometido graves errores que han tenido un importante papel en la aplastante derrota sufrida. Sin embargo, el riesgo de no abordar con valentía la crítica es que se puede caer en el autoengaño.

Algunos dirigentes del partido que han ocupado puestos de responsabilidad en tiempos pasados, como Alfonso Guerra, han sido los que se han atrevido a ir más lejos en la crítica. Guerra ha señalado que las decisiones importantes se han tomado por un pequeño grupo de dirigentes eludiendo el debate en el seno del partido. El hecho de que resulte chocante una crítica así por parte de quien había pronunciado aquella frase famosa: “el que se mueva no sale en la foto”, que sintetizaba perfectamente su modo de dirigir el partido con mano de hierro, no implica que el diagnóstico no sea acertado. Zapatero se ha rodeado de unos pocos consejeros áulicos y ha tomado decisiones muy trascendentales en el seno de ese pequeño sanedrín monclovita. Señalaba, además, Guerra que los criterios con que se formaron los equipos atendían a los equilibrios territoriales, a la juventud de los miembros y a la presencia paritaria de mujeres, pasando por alto muchas veces la tan necesaria competencia personal. Es cierto que en casi todos los gobiernos democráticos ha habido algunos ministros y ministras pintorescos, pero es probable que no pocos de los de Zapatero hayan dejado prueba empírica suficiente del Principio de Peter, según el cual todo individuo que asciende acaba alcanzando su nivel de incompetencia.

No es fácil saber qué pasó por la mente de los compromisarios socialistas al elegir a Zapatero como secretario general de su partido sin haber tenido un cargo profesional o político de cierta importancia, ni otro mérito destacable que el de haber sido un conspicuo militante perfectamente incrustado en la maquinaria del partido durante años. Modelo que, por otra parte, se ha repetido mucho en los últimos tiempos, y no solo en el PSOE. De las organizaciones juveniles al ministerio o a La Moncloa parece ser el camino que para sí han trazado los cachorros ambiciosos, o que les han trazado su progenitores bien instalados en los aledaños del poder. Lejos quedan los tiempos en los que Javier Solana, José Mª Maravall, Carlos Solchaga, Guillermo de la Dehesa, Miguel Boyer, etcétera completaban estudios o se doctoraban en una o más universidades extranjeras y ejercían cargos de responsabilidad en empresas públicas o privadas antes de dar el salto al ministerio.

Ahora, en el PSOE andan devanándose los sesos para encontrar un líder en el erial en el que se ha convertido el partido. Es probable que el error esté en buscar a toda costa un líder, un guía que sea capaz de abrir las aguas del mar Rojo a su paso para llegar a la tierra prometida. Sin negar la importancia de un líder carismático para aglutinar y dar moral a la tropa, lo esencial no es el líder. También sin líder se pueden ganar elecciones. Véase si no el caso del PP. Lo importante es contar con un equipo. Y más importante todavía es romper cuanto antes esa dinámica que ha convertido a los socialistas en un grupo cerrado y separado de la sociedad a la que dice querer servir.

Después se dijo.

Artículo aparecido en:
La Opinión de Murcia
La Opinión Coruña
La Opinión de Zamora
La Nueva España

Fecha publicación:
01/12/2011


Imprimir

 

Volver a página anterior