Hay mucho barullo en torno a la figura del emérito, pero ya le digo yo, señoría, que todo esto va a quedar en agua de borrajas. Incluso la denuncia por acoso que la señora ha puesto en Londres se va a resolver con un acuerdo extrajudicial, ya lo verá. También tiene gracia que, además de quedarse con los cien millones de dólares, le vaya a sacar una pasta por retirar la denuncia. Menuda es.
Yo sí que no voy a salir de rositas, no. A mí me van a empitonar, porque yo soy un desgraciado. Y ninguno de los peces gordos que han recurrido a mí se van a ver enredados, de sobra lo sé, que no me acabo de caer del nido. ¿Que para qué me contó la señora todas las cosas que me contó? Eso tal vez se lo deban preguntar a ella, a la que nadie la ha puesto todavía delante de un juez o un fiscal en España, ¿verdad?
Y mira que sabía cosas. A mí me dijo que había en Liechtenstein una cuenta a nombre de la famosa actriz totanera Sara Marín en la que le había ingresado una importante cantidad de dinero el mismo que se lo había donado a ella. Naturalmente que informé de ello a mis superiores. Pero, una vez más, nadie quiso investigar el asunto. Lo que demuestra dos cosas: primero, que solo se han atrevido a hurgar en esas cuentas cuando han metido ahí las narices fiscales suizos o ingleses; y segundo, que la señora sabía muchas cosas de su señor, incluyendo la existencia y movimientos de otras amantes suyas. A mí no pueden culparme de no haber dicho nada, señoría, que yo siempre he atendido mi deber de funcionario. Fiscales, tribunales y hasta la Agencia Tributaria miraron para otro lado cuando se trataba del emérito. Es más, cuando yo dije dónde estaban los dineros ocultos de los indepes catalanes, nadie quiso meter ahí tampoco las narices. El general fue el primero que se empeñó en lanzar una cortina de humo sobre el asunto. Y en aquel momento se podía haber hecho mucho daño al independentismo. Pero, claro, si se tiraba del hilo de los dineros ocultos se llegaba al emérito, que el administrador de alguna de sus cuentas era el mismo que se ocupaba de las fortunas ocultas de los indepes.
Que la señora sabía hacer juegos malabares quedó bien patente cuando, con una parte de aquellos cien millones, compró una mansión el corazón de la campiña inglesa, cerca de Gales. De 11 habitaciones, con biblioteca y campo de críquet.
Publicado el 14 de agosto de 2022.
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