Le digo, señoría, que Garzo o su banco me pagaron mucho, pero es que yo le resultaba rentable. Con la crisis del ladrillo, caían firmas como fichas de dominó. Hubo suspensiones de pagos o, como se dice ahora, concursos de acreedores y quiebras a punta de pala. Sin embargo, muchos empresarios espabilados sabían poner a buen recaudo importantes cantidades de pasta y ocultarlas donde nadie tuviera noticia de su existencia. Pero si lograbas encontrar el escondite de la guita, podías conseguir que los acreedores, en este caso el banco, recuperaran al menos parte del dinero del que les debían. No era nada fácil, pero tampoco imposible, no se crea, por eso mis servicios eran los mejores, mucho mejores que los de cualquier empresa de detectives, que tienen auténticos aficionados en nómina. Y como tales nunca eran capaces de encontrar los nidos del dinero oculto. Había que saber buscar en Panamá, en Gibraltar, en Andorra, en Suiza, en las Islas Vírgenes, en Jersey, que sé yo. Una vez averiguado el paradero del dinero era fácil convencerlos para que aflojaran la mosca. La insinuación de que se podía poner una denuncia por un delito de alzamiento de bienes acojonaba mucho. Además, la Agencia Tributaria no perdona y el fraude fiscal está penado con cárcel. No le digo más.
Y no solo se investigaba a morosos, sino también a potenciales morosos. También había que hacer averiguaciones para descubrir si convenía o no mantener tratos con individuos o empresas que podían hacer desconchones en la reputación del banco, que en las páginas amarillas no viene quién es de fiar y quién no.
En una ocasión, hubo que meter en el trullo a un viejo conocido de la Justicia, el famoso chantajista José Manuel Candeleda, que extorsionaba a Garzo y a otros con publicaciones que, aunque falsas, repercutían en la imagen de las empresas a las que ponía en su punto de mira. Fue precisamente gracias a mis servicios como Candeleda acabó dando con sus huesos en el maco, para alivio de Garzo y de otros banqueros.
Pero después de meterlo en el talego hubo que hacer frente a otro problema. Mi antiguo colega Valdeón estaba preocupado por si el chantajista Candeleda le había hecho un encarguito a su compañero de celda durante varios meses para cuando este hubo salido de prisión. El tipo en cuestión era un albanokosovar veterano de guerra y tipo peligroso donde los haya. Mi amigo Valdeón dobló la vigilancia de Garzo, pero no las tenía todas consigo. Le parecía, y con razón, que los escoltas de su jefe tenían mucha menos preparación que el albanokosovar y, sobre todo, mucho más que perder.
Publicado el 11 de julio de 2022.
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