Y ahora Garzo se nos viene haciendo el santurrón. Claro, él nunca ha tenido nada que ver con un delincuente, tal como me presentan a mí ahora. ¡No faltaba más! El presidente de un banco no va a entrar en minucias y a ocuparse personalmente de lo que considera asuntos menores. No, por supuesto, para eso estaba su jefe de seguridad. Pero yo le digo, señoría, que él no estaba limpio, que nunca lo estuvo. Como suele suceder, pasó sobre el asunto de puntillas y consiguió que al final le dieran carpetazo. Pero resulta que Garzo tenía una participación más que simbólica en una sociedad distribuidora de gas que fue vendida a Banesto y que figuró en el sumario por el que condenaron a Mario Conde. Sin contar con el desfase contable que también encontraron en la empresa que le vendió al fondo buitre americano. Vamos, que se la quería dar con queso a los yanquis. Con buenos fue a dar. ¿No se dio cuenta de que les llaman buitres porque ven a la presa mejor que nadie? No levantaron la voz ni le discutieron nada. Se limitaron a corregir el precio que había puesto Garzo y como no rechistó, la cosa no fue a más. Pero vaya patinazo del andoba.
Que no venga ahora presumiendo de su valía y de sus méritos, que su ascensión a los cielos vino dada porque el presidente del bigotillo, otro lince del libre mercado, lo incluyó en el grupete de amigos con los que el PP quería privatizar empresas públicas más o menos monopolísticas. Luego, la gran fusión vino rodada por la necesidad que tenían los vascos de crecer a toda costa para no ser tragados por una competencia que se había reforzado antes que ellos, aunque para ello tuvieran que fusionarse con una empresa pública. Y, plás, de golpe y porrazo nuestro hombre se ve al frente de un gran banco que queda bajo su poder total cuando consigue echar a los vascos, a los que el flotador que les habían ofrecido acabó por hundirlos en el fondo del mar.
Publicado el 5 de julio de 2022.
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