Diario apócrifo


Capítulo 44

Ruido de sables


A todos los que ahora se asoman a los medios de comunicación para criticarme con acritud —algunos de ellos están donde están gracias a mí— les recordaría dos cosas. La primera es que nadie mejor que yo sabe las que tuve que pasar —y aquí he dejado por escrito alguna constancia de eso— para llegar a ser Rey de España. Y la segunda es que, pese a todo ese esfuerzo, no dudé ni por un instante en renunciar a la mayoría de los poderes que me correspondían y acepté la Constitución de 1978. Lo di por bien empleado si con eso se contribuía al asentamiento de la democracia en España. Y la democracia se iba afianzando pasito a pasito, pero también es cierto que al mismo tiempo ETA mataba más que nunca. Naturalmente, los atentados sublevaban a su principal diana, los militares. Y la extrema derecha, y si se me apura hasta la derecha liberal, empezó a obsesionarse con ETA. El ambiente estaba cada vez más enrarecido y ahí empezaron a cocerse los intentos de golpe de Estado, que fueron varios, no solo el 23-F. Ruido de sables, se les llamaba a aquellas conspiraciones cuarteleras. La famosa Operación Galaxia se fraguó por esas fechas y lo grave no fue que hubiera muchos oficiales que estaban al cabo de la calle de los planes de Tejero e Ynestrillas. Ni siquiera que ya se me insultara a mí públicamente. Lo más grave fue que Suárez no reaccionaba. Y la levedad de las sanciones que recibían los actos de insubordinación contra Gutiérrez Mellado —recuerdo una agresión que lo dejó inconsciente en un funeral de víctimas de ETA— y las conspiraciones como la de Tejero transmitían una impresión de debilidad extrema del Gobierno. Lo cierto es que Suárez parecía totalmente ensimismado e incapaz de hacer frente a todos los problemas que se le estaban acumulando, que eran muchos. A la pujanza del terrorismo se sumaba el paro galopante, la inflación desbocada y para colmo la inseguridad ciudadana, que en tiempos de Franco no existía.

Publicado el 13 de agosto de 2023.


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