Diario apócrifo


Capítulo 40

Harakiri


Lo que me costó deshacerme del rancio de Arias Navarro. Conseguí meter a Suárez en la terna del Consejo de Estado y por fin tuve un presidente del Gobierno con el que poder mirar al futuro. Una vez que Suárez empezó a ejercer de presidente, nos adentramos en un camino vertiginoso. Los demócratas se impacientaban, y el Búnker y los militares más radicalizados se sentían traicionados. Ellos, que se consideraban ganadores de la guerra que había liquidado o expulsado de España a los rojos, se sentían los garantes del franquismo. Yo sabía que era una cuestión de dar con la velocidad en los cambios. Si se pisaba el acelerador, se oía ruido de sables. Si se ralentizaba el ritmo, toda la izquierda, e incluso cierto sector adinerado que quería proyectarse a la modernidad y encajar en Europa, se impacientaban y amenazaban con huelgas, manifestaciones y revueltas. Nadie sabe que era muy difícil pilotar todo aquello evitando tirar el carro por el pedregal. Yo podía tutelar a Suárez, y lo hice, pero solo hasta cierto punto. Y el que tenía que perdurar era yo. Un presidente sucede a otro presidente, pero un Rey lo es hasta… bueno hasta que las circunstancias lo exijan. Pero lo importante es la permanencia de la Monarquía. Porque yo ya sabía entonces que hay que permanecer en el trono hasta que incluso abdicando sigas siendo un Rey. Y yo lo soy. Nadie me ha destronado.

El primer paso en el largo camino de la homologación democrática fue la Ley de Reforma Política que aprobaron las Cortes franquistas haciéndose el harakiri, como alguien acertadamente señaló. Torcuato y Adolfo se emplearon a fondo para ir consiguiendo votos a favor. Hablaban en su nombre, cuando lo creían oportuno, y en el mío para vencer algunas resistencias. Y, según creo, a alguno de aquellos próceres hubo que prometerles que seguirían disfrutando de un cargo importante tras la reforma. Patriotas, sí, pero el carguito por lo que vale.

Publicado el 9 de agosto de 2023.


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