Diario apócrifo


Capítulo 30

A pulso


Ya dejé escrito aquí que leo todos los días la prensa española, incluidas algunas revistas, aunque a veces me encuentre, como hoy, alguna cosa desagradable. Ya podían olvidarme y dejar de escribir sobre mí. Estoy harto porque en casi todo lo que se puede leer hay un velada o explícita alusión a que he abusado de mi condición graciosa de monarca. Pero es que no llegué a jefe de Estado solo por genética. Yo no heredé el trono de mi padre. Parece que nadie recuerda que en España mandó Franco durante cuarenta años ¡Y cómo mandaba! La corona no me llegó del cielo. Me lo peleé desde pequeño. Y antes de ser consciente de que lo estaba peleando, me tragué muchas lágrimas. Así que, rey, sí. Pero no por la gracia de Dios. Me lo gané a pulso. Desde niño me han llevado de aquí para allá sin preguntarme. Por ejemplo, pasé un año en Las Jarillas, en Madrid, en un colegio que Franco creó para mí. Me puso unos compañeros seleccionados con los que afortunadamente hice buenas migas. Pero mi contento duró poco. Al año siguiente, por decisión de mi padre, me quedé en Estoril y sin amigos. Yo no entendía muy bien todo aquello, pero sí empecé a creerme que tenía que sacrificarme para poder llegar a ser rey algún día. Mi padre se encargaba de repetírmelo. Él se traía su tira y afloja con Franco y yo, en cierto modo, era la cuerda. Lo único que tenía claro el Generalísimo era que la restauración monárquica no pasaba por la coronación de don Juan. Pero don Juan jamás dio su brazo a torcer y nunca quiso darse cuenta de que Franco no quería un rey con ideas liberales, como mi padre. Yo era un niño y podía, o eso pretendía él, modelarme a su gusto para que fuera un rey franquista. Y en esos tira y afloja me encontraba yo, al principio sin darme cuenta de ello. Pero lo que estaba claro era que llegar a reinar me iba a costar lágrimas. Supongo que todo eso me ha dado derecho a disfrutar de mi condición regia ¿no?

Publicado el 30 de julio de 2023.


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