Diario apócrifo


Capítulo 21

Cacería


Lo que me pasó en Botsuana fue una desgracia. Fue como estar en un bote en una corriente apacible y disfrutando del paisaje y, de repente, sin darte cuenta, entras en una zona de rápidos por los que te ves arrastrado y sientes que puede venir una catarata por la que vas a caer. Bueno, no sé si esto que escribo es muy dramático, que tampoco mi estancia en esta isla de Nurai y todo lo que la rodea se puede comparar con precipitarse por una catarata. En todo caso, mi caída en Botsuana sí fue el comienzo de una corriente que me arrastró y me llevó a donde no quería ir. Pero que me quiten lo bailao. No era la primera vez que iba a cazar allí. La verdad es que el delta del Okavango es un sitio único e increíble, una maravilla. En esa ocasión íbamos a cazar elefantes, pero allí puedes ver de todo: leones—los más grandes que he visto nunca—, jirafas, leopardos, rinocerontes, búfalos, qué sé yo…

Después del accidente vino lo peor. No hubo manera de que no se enterara nadie de lo sucedido. La prensa ya estaba mosca porque unos días antes mi nieto Felipe se había pegado un tiro en el pie, estando con el inútil de su padre en la finca familiar, y yo no aparecí por la clínica en la que lo ingresaron, claro. Que a ver por qué hay que dar explicaciones. Un rey tiene una agenda pública y otra privada y si la ausencia se debe a una actividad pública todo el mundo la conoce. Ahora bien, si pertenece a su ámbito privado, nadie tiene por qué preguntar nada. Pero no es así y andaban todos con la mosca detrás de la oreja y como el accidente no se podía ocultar. La prensa metió las narices a fondo y no paró hasta que se publicó que yo estaba de caza en Botsuana cuando me rompí la cadera. Y empezó la cacería. No la de elefantes a la que había ido yo. La pieza a abatir era también caza mayor, el Rey de España.

Publicado el 21 de julio de 2023.


Volver a página anterior